Sunday, September 17, 2017

En casa lamiéndome las heridas


El viaje ha ido pasando poco a poco. Al principio desde la Barceloneta veía el viaje a Mongolia como una sola cosa abstracta y monstruosa, tres meses de golpe, sin pausas y sin detalles. Me sentía muy motivado, emocionado, y también me daba miedo. Y es que claro, uno no puede ir a Mongolia de golpe, hay que hacerlo poco a poco, kilómetro a kilómetro. Yo no me puedo levantar un día e ir a Ulán Batór, pero si que me puedo levantar un día e ir a Montpelier. Y también puedo buscar un restaurante para comer, o saludar a alguien en una gasolinera. A veces la vida se hace al ritmo que te lo pide, y no al revés.

Me quedé en el ferry, de Kazakhstán a Azerbaiján. Kazakhstán me rebentó. Llevaba bastante cansancio acumulado de Mongolia sin darme cuenta, y no me esperaba encontrarme las carreteras más duras del viaje. Y aún sigo cansado, aunque estos últimos días me han servido para recuperarme un poco. Me habría gustado pasarme más tiempo deambulando por muchos sitios, igual la próxima vez. Siempre queda algo por ver o por visitar, algún paisaje precioso, una montaña rocosa que escalar, un desierto que atravesar en moto, aquél sitio dónde Jesucristo perdió la sandalia, una playa, algo muy divertido, o bonito, o muy tranquilo, o muy duro. Bueno, no hay nada más duro que el corazón de mi ex, pero aparte de eso...

El ferry llegó a Baku sobre las siete de la tarde, la ciudad más caótica de las que he conducido hasta ahora. Me iba parando de vez en cuando para respirar. Eso que dice la gente a veces de que “bueno, en tal o cuál país no usan el intermitente (o los semáforos, o cambian de carril a lo bestia, o te adelantan a 150 etc) y yo no veo que tengan ningún problema”. Es mentira básicamente. He visto muchas cosas viajando en moto, y una de ellas son accidentes de tráfico. Coches aplastados en la cuneta, gente parada, atascos por choques, e incluso camiones quemando. Varios. En general la gente conduce mal, no siguen las normas, y tienen accidentes. Muchos. El más bestia que vi fue en una autopista de Turquía, sobre las nueve de la mañana. Debió pasar unos segundos antes de que yo llegara porque un tipo estaba parando a los coches moviendo los brazos, y y fui el tercero o el cuarto en parar. Había una furgoneta volcada y cruzada en medio de los dos carriles, y un niño y una mujer mayor en el suelo en estado de shock con las caras ensangrentadas. Por la postura supongo que debían haber salido disparados en el choque. Dentro de la furgoneta quedaban una mujer que sería la madre del niño, y el conductor; los dos inconscientes. Yo me aseguré de que todos estaban respirando, y como el conductor tenía el brazo debajo del chasis, enderezamos la furgoneta junto a unos cuantos más que íbamos llegando. Los dos recobraron el conocimiento y se estiraron en el suelo hasta que llegó la ambulancia, igual unos cinco minutos después de mi. Y este es sólo uno; de coches, camiones y autobuses estrellados vi centenares.

Bueno vuelvo a la ruta. En Azerbaiján, entre el cansancio y lo brutos que eran, me quedé dos días. Vi un volcán de barro y un castillo de nosequé. La verdad es que visitar cosas me da bastante igual. En una calle que bajaba del castillo vi una tiendecilla que ponía “guitarra”, así que me paré. Dentro estaban dos jovenzuelos muy majos, un profesor de guitarra y un bailarín de música azerbaijana. Les dije que tenía una guitarra, y justo al sacarla de la funda se petó una cuerda. ¡En una escuela de guitarra! Y claro, tenían cuerdas de guitarra española. Estuvimos tocando un rato, me enseñaron música local, yo les toqué lo que se de flamenco, tomamos té, y miramos cómo un pintor colega suyo decoraba los cristales de la tienda con dibujos. Y seguí hacia Georgia. Y por esto es por lo que no pierdo tiempo visitando, porque porque así es como yo me lo paso bien.

Y la moto me da esto. Me gusta por muchas razones, porque me expongo y soy vulnerable, y la gente lo sabe y me ayuda. Porque no es fácil y me tengo que esforzar, y las recompensas son muy grandes, la comida sabe mejor y el colchón inflable me parece un sofá aunque esté lleno de parches y tenga que inflarlo cada cuatro horas. Y porque cuando viajas en moto lo ves todo, no te saltas nada. Atraviesas un país entero, de punta a punta; los barrios ricos y los pobres, los pueblos, y las zonas industriales; y la gente te ve y reacciona a ti de muchas maneras diferentes. A veces eres un simple turista, a veces un viajero cansado a quién ayudar, a veces un loco que acampa detrás de tu jardín o que deambula por una mina de carbón en medio de la nada,; y el turista queda ya muy lejos. Viajando en moto apareces de golpe en un sitio dónde nadie te espera, y además eres raro de cojones. Vas sucio, te sientas en el suelo y comes y cagas en los mismos sitios que la gente local. Mola un huevo.
Y aparte, la verdad es que en el mundo tampoco pasan tantas cosas, nos las tenemos que inventar un poco. ¿Alguien ha intentado quedarse en un sitio durante horas? Si tienes suerte ves pasar una lagartija comiéndose una mosca.

Georgia lo pasé bastante rápido, en total estuve tres días. Comí kachapuris, bebí vino y me paré un día a descansar en un hostel muy acogedor en el que el dueño tocaba música con el piano. Me sorprendió lo que se parecía el país con los balcanes en casi todo; la comida, la bebida, la música, y la hospitalidad de sus gentes.
En los hostels se conoce todo tipo de gente, algunos muy interesantes (otros no tanto), gente viajera, turistas, niñatos, vagabundos de mochila, y últimamente muchos digital nomads, de los que en Georgia conocí unos cuantos. Para quién no sepa lo que significa, es gente que tiene trabajos en los que no necesita estar en un lugar fijo ya que trabajan por internet, y se dedican a recorrer el mundo viviendo en hostels baratos. Gente que hace programación sobretodo, páginas web, apps para móbiles, juegos de ordenador y esas cosas. Guardo un recuerdo especial de Korma, un filósofo periodista de Jordania especializado en oriente medio, exiliado político, que se dedica a vivir de lo que saca de escribir artículos, y vive desde hace un año viajando por la zona. Hablamos de anarquismo, de feminismo y de política internacional en oriente medio y cosas así. Que bien, lo necesitaba.

Y Armenia, que es del mismo estilo que Georgia, pero más pobre. Siempre conozco a mucha gente, que me ayuda, o me regala cosas, o me invitan a un té o un café; y la mayoría no los cuento en el blog porque sería eterno (sisi, mucha gente). Cuento algunos que me emocionaron especialmente. Y en Armenia me pasó con esta pareja que me invitó a celebrar que su nieta había acabado su tercer año de escuela primaria. Esque no se puede ser más majo la verdad. Yo me paré a comprar un tomate y unos melocotones, y ya me hicieron sentar y me dieron un café y un plato con fruta que iban rellenando a medida que me la iba comiendo. Estuvimos un rato con las preguntas clásicas, y empezaron a llegar sus hijas y sus nietos. Prepararon una barbacoa en la parte trasera del tenderete, y me pusieron un taburete en la mesa. Shashlik. Genial porque hacía un rato que no comía, y el tomate y la fruta iban a ser mi cena! El señor, que no me acuerdo de cómo se llamaba, sacó una botella de vodka y dos vasos. Y no porque fuéramos a compartir los vasos entre todos, sino porque nos la íbamos a beber entre los dos; aunque de eso me fui enterando poco a poco. Nos reimos un montón esa noche. Después de cenar nos quedamos los dos un par de horas más vendiendo fruta hasta las doce de la noche, y dormimos en el suelo de la camioneta. Y al día siguiente de vuelta a Georgia.
Y las preguntas típicas son:

-De dónde eres
-A donde vas
-km recorridos
-Duración del viaje
-Vas solo
-Estas casado
-Cosas varias de la moto (marca, cilindrada, problemas de motor)
-Dificultad de visados
-De que trabajo
Y otras menos comunes como preguntas sobre mis padres (si estan bien, sus trabajos), el clima y la comida de España o si soy catalán o basco. ¿Y que cómo se qué me están preguntando? Pues sobretodo con el lenguaje corporal, y porque me he aprendido la cantinela de las preguntas sin saber el idioma. Me las han preguntado tantas veces, y más o menos siempre en el mismo orden, que ya las respondía sin pensar y acertaba bastante.

Después de Georgia y Armenia pasé por Turquía, y decidí visitar a Ramazan en Osmancik, el chico que me acogió en su casa cuando se me rompió la cadena hace dos años. Ramazan y Ismael, el mecánico, no se lo esperaban, y fliparon bastante. A todos nos hizo mucha ilusión. Dormí otra vez en casa de Ramazán y cenamos en casa de sus padres, comida buenísima claro.
Acampé un par de noches en la costa del norte, que está totalmente destruida por la construcción de una autopista que la recorre de punta a punta, y recuperé mi amigo el antimosquitos. Es tan tóxico que cuando te lo aplicas a veces incluso se te borra algún recuerdo. En la costa, durante las noches turcas; se oyen los grillos, las olas del mar, los pesqueros arrastrando las redes, los camiones pasando a toda velocidad y los rezos de los minaretes en las mezquitas. Me pareció una melodía melancólica.

De Turquía a Grecia. Y me planté en casa de la familia Kiormitiou, en dónde me acojieron hace dos años cuando hacía mis primeros pinitos acampando solo por ahí. ¡Pero cuánta gente maja que hay en el mundo! Justo ese día se casaba uno de sus primos, así que me invitaron a la fiesta. Nos emborrachamos bastante, y escuchamos música tradicional mientras la gente bailaba en corro. El momento estelar fue cuando llegaron los novios en una moto de carreras y el padre del novio sacó un gallo y bailaron a su alrededor mientras lo hondeaba por encima de la cabeza. Fantástico.
Al día siguiente nos fuimos de resaca con Giorgos a buscar su camión al mecánico, y paseamos por ahí, y por la noche fuimos a las fiestas del pueblo a comer carne y pasear escuchando las bandas de música griega. Definitivamente una de las paradas más bonitas del viaje, y un reencuentro muy hermoso. Su madre me llenó las alforjas de botes de conserva que prepara ella, y que me voy a comer con mucho cariño, y me invitaron a venir a la boda de Giorgos en septiembre del año que viene. Me guardo la fecha.

Y desde ahí a Igoumenitsa a coger el ferry de 20 horas a Ancona, un día lluvioso y frío de carretera por las montañas del centro de Italia hasta Civitaveccia (al norte de Roma), y 24 horas más de ferry a Barcelona. A disfrutar de lo que más me gusta de mi ciudad y de mi vida, el cariño de la gente que tengo alrededor.




Sunday, August 27, 2017

El camino más largo de vuelta a casa



 Por casualidad los únicos discos que tengo en el mini portátil son el de la banda sonora de Carros de fuego de Vangelis, y el de Nuclear sí de n la era soviética, de edificios abandonados en medio de la nada, campo de pruebas de bombas nucleares y yacimientos de petróleo y gas. Y gente maravillosa. Ya en la frontera no me quedaba dinero para pagar el seguroAviador Dro. Y los dos le pegan muy bien a Kazakhstán, un país de desiertos lisos, de carreteras asfaltadas e kazajo y el tipo del seguro me lo ha hecho igualmente y me ha dicho que fuera a la oficina de Semey a pagar, a unos 100km.
El día 11 de agosto (hoy es ya 16 de agosto) salí de Mongolia con un cobete en el culo porque se me acababa el visado de 15 días. Los tres últimos días fueron bastante intensos. Para acabar de exprimir la ruta tomé un par de carreteras secundarias que me llevaron por pueblillos de yurtas de alta montaña, y por una zona de extracción de carbón al noroeste del país. Crucé algún rio con la moto y hablé con mucha gente. Las dos últimas noches las pasé en casa de la madre de Nurlan otra vez, y volvimos a matar otra cabra porque la que descuartizamos a principios de mes ya se había acabado. Y volvimos a hacer la cena con la cabeza y todo. ¡Esta vez me tocaron los ojos! Son sabrosos y jugosillos.
Me compré una yurta de llavero, como dice el reglamento, y salí para Rusia otra vez. Justo a treinta kilómetros de la frontera me para la policía en un control y me dice que el seguro que llevo no vale para Mongolia. Obviamente yo no me lo creí, pero al rato paran unos guiris que me lo confirman, así que regateo con el poli cuanto le tengo que pagar para que me deje marchar. Unos siete euros, más barato que si me hubiera sacado el seguro, así que bien. ¡Y ya he pagado mi primer soborno! Ahora ya puedo pasar a la adultez.
Ya en la frontera, después de las tres o cuatro horas habituales de ritual fronterizo, conocí a Sergei; un ruso de treinta años con el que nos hicimos amigos en cinco minutos y estuvimos tres días por ahí. Es curioso porque cuando me vino a saludar tuve la sensación que que nos parecíamos mucho; y si. Los dos con risas calurosas, jugando con insectos, parando por todo, hablando con todo el mundo y despidiéndonos de Mongolia moviendo la mano. Fue muy divertido encontrarme un doble ruso. Él llevaba un ukelele y yo una guitalele, y ese día acampamos en la montaña tocando música y cocinando salchichas en una hoguera. Cada día es un mundo a veces.

Después fuimos a una casa que conocía Sergei en Chemal en la que te puedes quedar todo el tiempo que quieras. Es como una comunidad de viajeros en la que gente alquila casas y las abre para la gente que va de aquí para allá, la verdad es que no entendí muy bien el funcionamiento pero me cuidaron un montón. La mayoría eran bastante jovenzuelos, y todos hacían autostop por Rusia y los países ex soviéticos. Cocinaban en comunidad, hacían trabajos en la casa y dormían todos en la misma habitación en el suelo. Y justo el día que llegamos era el día de la semana que tocaba sauna rusa así que nos lo pasamos bastante bien haciendo cachondeo en pelotas con el agua fría y las ramas para darse los azotes para activar la circulación.


Al cabo de un par de días y muchos amigos y amigas levanté el polvo, y a la altura de Bisk se me rompió la cadena (otra vez), aunque a esta ya le tocaba. Paré al primer motero que vi, y se ve que formaba parte del club de moteros de la ciudad, así que me llevaron a su taller y me cambiaron la cadena y me dieron de cenar y dormir gratis. Eran todos unos personajes, de estos que llevan tatuajes desgastados, monos de cuero y motos sin matrícula. Al fondo del taller tenían acumuladas las motos que habían ido estrellando. Uno de los del club es policía, y me escoltó hacia la salida de Bisk al día siguiente en la moto oficial. Mi madre dice que nací con una flor en el culo, pero yo empiezo a pensar que es un rosal.

La verdad es que está siendo un viaje muy musical, entre la guitarra y mi cerebro que no para. Hablo de mi cerebro como si fuera a la suya pero la verdad es que es así, me siento bastante como un espectador la mayor parte del tiempo. Me va lanzando cosas, ideas filosóficas, recuerdos, personas, planes futuros, bromas y emociones diversas. Suele ser bastante aleatorio y pasajero, o por lo menos eso me parece a mi; una especie de hilo semi onírico. Recuerdo viajes cómo el de Haití o el de Birmania con Claudia, o el de asia central con Lucía, repaso a mis amigos y amigas, mis relaciones, pienso en películas como Memorias de África, o El Gran Azul, canto la banda sonora de El violinista en el tejado, durante unos días quiero comprarme un velero, y después irme a vivir a Francia a aprender francés, me cuento chistes y hago voces de personajes (como un tipo que está preso en unas catacumbas, y al cabo de los años de no hablar con nadie sólo recuerda las palabras “que me cago”, y lo grita de vez en cuando ¡que me caaaagooooo....! con fade out al final. Pobre chaval). Y más cosas. Tantas que yo que se, a veces me gustaría hacer un diario solo de las mierdas que se me ocurren.
Y con la música le pilla a ratos. Suele ir un poco por días y tipos de música. Al tipo (mi cerebro) se le encasquilla algún estilo musical y improvisa algún instrumento sobre la marcha tipo solos de guitarra o de teclado. Un día le pilla por cantar música country, otro reggae, o música china aleatoria, flamenco, salsa, o versiones de Battiato, King Africa y demás. A veces, si estoy animado, le sigo el rollo y lo canto en voz alta. Entretenido estoy la verdad. Durante siete o ocho horas diarias sobre la moto mirando el asfalto (o lo que queda de él) tampoco es que tenga nada mejor que hacer, así que...
Ahora me dirijo a la capital (Astana) a cambiar algunas cosas que se han roto; como las alforjas, el retén de la suspensión delantera, el neumático trasero que parece el culo de un bebé, y el filtro de aire; le cantaré un rato a la estepa, me comeré mis galletas de bona nit, y me meteré en el saco a dormir.

Ya es 22 de agosto, y he parado en un hotel de camioneros que está en una carretera secundaria de camino a Aktau, en la costa del Caspio. Voy a pillar el ferry que va a Baku, en Azerbaiyán. Lo sé, voy a toda pastilla, me sale así. Hay gente que he ido conociendo que se tira meses para hacer la ruta entre Europa y Mongolia, y yo en un mes y medio ya estoy de vuelta. También hay gente que lo hace en tres semanas y no para ni a mear. Hay un poco de todo. Y después están los ciclistas, que Jesucristo los ampare pobres almas perdidas de la mano de Dios.

Total, que llegué a Astana, capital de Kazakstán, y fui directamente a una de mis franquicias favoritas: Un taller Yamaha. Me encontré con un par de mecánicos en cuclillas fumando un cigarro, y al rato salió el director blandiendo su inglés londinense, que agradecí un montón. Como yo llevaba un par de piezas de recambio me dijo que me lo podían arreglar (no voy a entrar en detalles), y sin cobrarme. Y mientras me lo arreglaban me invitó a un restaurante uzbeko a comer plov. Después fui a que me cambiaran el neumático a un sitio de neumáticos y tal, y tampoco me quisieron cobrar. Esto empieza a ser un poco raro. La gente me para por la calle y me pide fotos, como esta mañana con la cajera del súper. O ayer un par de tipos que vendían maquinaria agrícola en pueblos remotos, me ayudaron a buscar wifi, y como lo del camping les pareció que era demasiado cansado me pagaron una habitación de hotel y me invitaron a cenar. Ya no se si es porque les hace gracia que sea exótico o porque empiezo a parecer un vagabundo. Es broma, es porque les hago gracia. Y un poco de penica también con la cara que llevo de acabado de salir de una cárcel china.
El viernes en Astana salimos de fiesta con un par de holandeses de los de 4x4 y un ruso autoestopista del hostel, volvimos de madrugada en un estado lamentable, y pasamos un sábado de resaca lavando ropa a mano, mirando capítulos de Rick and Morty y haciendo siestas a diestro y siniestro. Estos aún siguen ahí esperando piezas de recambio de su Toyota.
Yo salí anteayer, con la idea de salir de Kazakstán fent una mica de vía, porque después de un mes entre Mongolia y Kazakstán empiezo a estar un poco cansado de las carreteras de tierra con agujeros y las bolas de carne de cabra. En realidad tampoco hay otra opción, ya que la mayoría de sitios por los que paso son llanuras de hierbajos y arena, con pueblos de treinta o cuarenta casas. Los pueblos con más suerte tienen la calle principal asfaltada. Hay ciudades, y de vez en cuando buenas carreteras, pero ya que estoy por aquí las voy esquivando para conocer un poco más a fondo la cultura de la gente de campo; pero físicamente estoy destrozado. Y mi pobre moto también. Y tengo ganas de comer ensaladas crudiveganas y de que me echen internet ahí en toda la cara.
Aparte del desgaste físico estoy teniendo momentos kazakos muy hermosos; acampando, con la gente, tocando la guitarra y haciendo hogueras para preparar el té antes de irme a dormir.






Ayer decidí coger un atajo, a pesar de la advertencia del vendedor de maquinaria agrícola, y fue bastante interesante (por llamarlo de alguna manera). Empezó bien, y poco a poco me fui metiendo en una zona de arena profunda. Me cagué en el mapa, en la moto, en el tipo que me dijo que el camino no estaba mal, en Kazajstán y hasta en el capitalismo; hasta estuve a punto de dejar alguna maleta por el camino. Muy muy duro. Hice unos 150 km en 10 horas. Conducir por arena es muy jodido, porque la rueda de delante cambia de dirección de repente siguiendo alguna montañita, y la moto va detrás claro. Es como si a 50 por hora decidieses por alguna estúpida razón girar de golpe el manillar. En medio de la desesperación, cuando empecé a aceptar que la velocidad media sería de 10km por hora durante los próximos 150km, empecé a darme cuenta de algunas cosas. El campo de alrededor estaba lleno de lavanda, así que de caerme contra las plantas había salido perfumado. Algunas ramas se quedaban atascadas entre el cárter y el tubo de escape y se incendiaban, así que se debía ver de lejos una croqueta de arena a 10 por hora sacando humo de incienso de lavanda y insultando en algún idioma desconocido.
Hacia la mitad del camino empecé a disfrutarlo. Hay unos pajarillos por aquí, que pensaba que no atinaban muy bien ya que cuando iba por las carreteras se tiraban delante de la moto, y había llegado a atropellar a alguno; pero al ir por la arena lentamente lo entendí. Los pajarillos se ponían a volar delante de la moto, siguiéndome un rato, como los delfines en la proa de los barcos en alta mar. Al ir tan lento tenían tiempo de estarse un rato siguiendo mi ritmo y jugar. Alguno me hizo compañía durante un rato. Paré en una casita, y un señor me hizo un mapa muy gracioso, que la verdad me sirvió bastante. Y al final se acabó la arena. Es lo bueno de lo malo, que también se acaba.

Y el atajo de hoy pues bueno, que voy a decir, también es una mierda. Os lo recomiendo.
Ala bona nit.



Llegué a Aktau, que es la ciudad desde dónde sale el ferry hacia Azerbaiyán, hecho un cromo. La moto hace ruidos por todas partes, y yo estoy lleno de agujetas y contracturas. Se me han roto muchas cosas, he perdido otras, he pinchado una rueda y la esterilla hinchable, he remendado los pantalones unas cuantas veces, y ya va siendo hora de que me afeite. Todo se acaba rompiendo, pero una de las cosas que he aprendido en este tipo de viajes es hasta que punto se pueden volver a arreglar. Coser, pegar, soldar o parchear. Los arreglos cambian las cosas, las llenan de encanto e historia, le dan cuerpo, y las vuelven humanas. Y entonces, las cosas, cuando las vuelves a usar, te cuentan historias.

Aktau es una ciudad que parece sacada de una fantasía distópica de los setenta. El anillo exterior está formado por campos de eztracción de petróleo y gas, y campamentos de trabajadores construidos con contenedores de transporte de mercancías. Camiones moviendo montañas de tierra de aquí para allá, camellos, y plantas marrones con pinchos. Más en el centro hay una zona industrial, con edificios antiguos y carteles descoloridos en los que se pueden leer cosas como “cemento” o “piezas de metal”. Muchas fábricas tienen partes de las naves a medio derruir, las ventanas rotas, y las bigas oxidadas. Algunas están abandonadas, y otras no. Y algunas fábricas con edificios nuevos. Y casas y restaurantes y perros vagabundos. Y barrios enteros de bloques de pisos nuevos y a medio construir desde hace años, algunos acabados y otros no, rodeados de descampados. Y un puerto lleno de depósitos de metal y tuberías. Y coches caros con las ventanas tintadas. Así me parece Aktau.
Y bueno muchas ganas no tenía yo de quedarme la verdad. Se ve que el ferry no se sabe cuando llega ni cuando se va, ya que depende de los camiones y del tiempo que haga en el Caspio. Así que la idea de esta parte de la ruta (para mi y para todos los que hacemos el camino a Mongolia usando el ferry) es llegar a Aktau y esperar. A veces hasta una semana. Los de la compañía de ferrys te llaman cuando llega uno y te presentas en el puerto y te vas. Yo fui al puerto nada más llegar, y el tipo que era muy majo me dijo que me llamaría, lo que no esperaba que sería esa misma noche a las 5 de la mañana. Nunca me había imaginado que me alegraría levantarme tan temprano.
Y de Azerbaiyán a Georgia, Armenia, Turquía, los balcanes y a casa a dormir.

Ahora ya estoy en alta mar, camino a Baku. Lo de alta mar es un decir ya que el Caspio está unos cuantos metros por debajo del nivel del mar. De otro mar claro, no es que esté unos cuantos metros por debajo de si mismo, eso sería imposible.
Es un ferry muy pequeño y antiguo, con los interiores de madera contrachapada, suelos de parquet de plástico, cuadros de delfines y sofás de los ochenta; en el que viajamos cinco conductores de tráiler y yo, y algunos pasajeros de a pie que no salen de sus cabinas. Hemos hecho una pequeña piña con un camionero de Irán y otro de Istambul, y nos contamos historietas mientras fumamos en la cubierta. Las comidas están incluidas, y tres veces al día nos juntamos los seis conductores en el comedor y comemos los platos que nos cocinan las dos cocineras de a bordo. Hace un rato Ali, el iraní, me contaba cómo son las montañas de su pueblo, y se quejaba de que no nos dan postre.

Sunday, August 13, 2017

Sobre Mongolia

Ahora si, 3 de agosto. Estoy estirado en una yurta en el hostel Oasis de Ulaanbatar, que se ve que es un clásico entre los moteros que vienen aquí. Y moteras, porque casi la mitad de la gente que está pululando por aquí son mujeres que han venido en sus propias motos; y lo digo porque hace un tiempo era impensable, así que buenas noticias. Es un hostel bastante interesante ya que a la que unos se van otros llegan, cada uno con una historia de ruta diferente y con planes a cada cuál más loco; siempre en moto claro! O algunos con camiones o coches. Desde gente que viaja desde hace meses, o años, a una tia de Francia que ha hecho 25.000km en una XR400 y ahora la ha vendido para ir a San Francisco a comprarse otra para bajar hacia la Patagonia, a otro de Nueva Zelanda que se acaba de comprar una Dayun DY200 nueva por 600 euros (la moto china que usan los pastores de por aquí para guiar a las cabras) y planea llegar a Madrid con esa cafetera. Muy divertido.
De Rusia seguí tirando hacia el sur, hacia la cordillera de Altai, que une Kazakhstán, Rúsia, Mongolia y China. Y como dice Carla, aparte de tener un nombre bonito, es un sitio espectacular. És lo suficientemente alta como para tener nieve en verano en sus picos más altos, y tiene ríos fríos, peñascos, abetos y rusos pescando. Excepto por los rusos es el típico paisaje de alta montaña, el típico paisaje precioso de alta montaña quiero decir. Esto en la zona rusa, pero cuando te acercas a la zona mongola ya empieza a cambiar, con cada vez menos árboles hasta que queda empieza la estepa. Si que hay una zona de parques naturales por el noroeste de Mongolia que tiene algunos bosques, pero aquí son una rareza. De hecho muchas veces la única sombra que puedes pillar es la de tu propio vehículo, y en mi caso pues bueno, si me acurruco debajo de la moto me da para taparme la cabeza y poco más.

En la frontera yo pensaba que no necesitaba visado, pero se ve que si. Y casi me hacen dar la vuelta y volver por dónde había venido. Por segunda vez! Por suerte el jefe de la estación fronteriza se apiadó de mi y me cobró 50 euros para un visado de 15 días. En ese momento yo pensaba que no necesitaba visa y que el tío me estaba pidiendo un soborno por la cara pero después leí que efectivamente necesitaba uno. En total unas 4 horas en la frontera. Un grupo de unos cuantos mongoles se empezaron a arrejuntar a mi alrededor mientras esperábamos el turno, y a comentar cosas de la moto, que si esto o lo otro. Ya noté que la energía de la gente estaba cambiando. Se nota un montón la diferencia con Rusia. Mongolia es de estos países dónde la gente te para por la calle, se hace selfies contigo, te invitan a chai, y toquetea los botones de la moto. Con Norlan, uno de estos tipos de la frontera, estuvimos hablando bastante rato, y llamó a un colega suyo que tiene un hostel en Olgy, pero como estaba lleno me invitó a dormir a su casa. Bueno, a casa de su madre. Me esperaron en un bar del pueblo siguiente durante los tejemanejes con el jefe de estación vizco, y nos dirigimos a su ciudad por un camino de tierra y arena. En un momento dado me encontré una barricada de niños y niñas armados con palos y piedras que venían de un grupo de yurtas de por ahí, y que me intentaban cortar el paso poniéndose en medio del camino. Por suerte esquivé a esos malditos renacuajos por el campo, no sin llevarme alguna pedrada, ya que los escupitajos de una niña de seis años aún no tienen la suficiente potencia para llegar tan lejos. Juegos de niños me dijo Norman. Malditos cabrones.

Se ve que aquí la mayor parte del territorio es del estado porque la mayoría de la gente era nómada hasta hace pocos años, y como cada vez más gente se muda a la ciudad porque con el cambio climático los animales se mueren congelados en invierno, legalmente el estado concede una parcela a cada familia; y muchas familias juntan sus terrenos y se construyen sus casas en un terreno compartido dónde viven tíos, hermanos, abuelas y todo de niños y niñas de las distintas parejas. Así que fui a parar a una de estas comunidades.

Estuve un par de días en casa de su madre, comiendo cabra con arroz y jugando con la hija de Norlan que tiene dos años. Pensaba estar un día, pero el segundo día mataban una cabra así que no pude perdérmelo. Se ve que en casa de su madre compran una cabra al mes y la congelan. Fue muy impresionante ver cómo en unas pocas horas transformaban una cabra en un montón de comida en el congelador. En la zona oeste, en las montañas de Altai, la mayor parte de la población es de origen turcomano, musulmanes, y se autodenominan kazakos, mientras que en el resto del país la mayoría son de origen mongol, y practican el budismo o el cristianismo. O nada. Total, que hicimos la matanza de la cabra bajo el ritual halal, mirando a la Meca y cortándole el cuello para que se desangrara antes de morir. Pensaba que me impresionaría mucho pero no. Y estaba buenísima. Por la noche prepararon un festín típico con algunas partes del animal que se llama cinco dedos, porque se come con las manos, y vino toda la familia.
Al día siguiente fui al super a comprar una caja de galletas de estas que vienen varias diferentes en plan surtido de Cuétara, y a la hija de Norman se le salían los ojos de las órbitas. Rápidamente la madre abrió la caja, sacó la bandeja de plástico, y la cortó para guardar algunas bandejitas en el armario para que no cundiera el pánico. Y después de la merienda a la ducha. En un momento dado Mustafá, el hijo de dos años del hermano de Norlan, aparece en la cocina con una toalluela enrollada en la cintura, el pelo mojado y blandiendo su barriga de niño como un señor gordo mayor. Se planta delante de una olla que havía en el suelo, se baja la toalla, hecha un mini pipi de niño, se sube la toalla y se va como si nada. A los que estábamos en la cocina nos pilló de sorpresa durante unos segundos, hasta que nos dimos cuenta de lo que acababa de pasar y claro, carcajada general.

De Olgy salí hacia Ulaanbatar por la carretera del sur, que pasa por Hovd, Altái (la ciudad), y Bayanhongor. La primera mitad está sin asfaltar, exceptuando un tramo de unos 150km que va desde Hovd hasta una intersección en la que el asfalto continúa hacia la frontera China. Muchas empresas chinas están invirtiendo en zonas mineras en Mongolia, y asfaltan los tramos de carretera para que pasen los camiones. El resto de las carreteras las paga el gobierno mongol, mucho más lentamente claro. La segunda mitad está toda asfaltada, desde Bayanhongor hasta Ulaanbatar. Todos los pueblos grandes, y las ciudades por supuesto, tienen gasolineras y restaurantes, y por el camino hay algunas repartidas por aquí y por allá. Por lo menos cada 200km, así que perfecto para mi, con la gasolina, la comida y el agua aseguradas ya tengo de todo. El resto lo llevo encima.

La primera noche acampé en medio del desierto, con viento y arena que entraba por los agujeros de la mosquitera de la tienda de campaña, y la segunda decidí pararme dónde Cristo perdió la sandalia, y me acerqué a una yurta que había por ahí si podía plantar la tienda detrás de su furgoneta para resguardarme un poco del viento. En la yurta vivían una pareja en sus cuarentaypicos, una hija de 23, uno de 11 y una niña de 3 con dos coletas de la Hello Kitty. Se lo expliqué con señas, y me invitaron a tomar chai con leche de cabra y hígado seco para picar mientras les hacía un pase de fotos desde el movil; y me dejaron dormir en su furgoneta.

Viajando el tiempo pasa diferente, a veces más deprisa cuando tienes cosas que hacer, pero a veces más despacio. Ves a la gente hacer su vida y pasas de largo, a la niña que persigue pájaros delante del restaurante mientras su madre sirve platos de caldo a los camioneros, al soldador que arregla una de las herramientas que se le ha roto, y que vive en la parte trasera de un contenedor de Maersk, o aquella familia que se ha parado a hacer un picnic al borde de la carretera. Los ves, y ya no los ves. Los paisajes cambian, bosques frondosos, mosquitos, pantanos y desiertos y ríos de alta montaña rodeados de abetos viejos.

I los idiomas cambian tan rápido que sólo me da tiempo a aprender a decir hola y gracias; dos de las palabras más importantes de un idioma. Casi siempre acabo hablando con la gente en señas, haciendo dibujitos en la tierra, o simplemente sonriendo en plan yoquese. Hay que estar atento y mirar mucho, y todo muy lentamente. Es muy gracioso porque la gente reacciona de muchas maneras diferentes. Al principio yo preguntaba a la gente si hablan inglés, pero muchas veces es peor porque hay personas que como no te entienden se bloquean y se acaba la diversión. Entonces lo que hago es hacerme el mudo y hablar con las manos directamente. Algunos se bloquean igualmente, y te miran como si acabaras de salir de un agujero en el suelo (sobretodo la gente más joven). Otros te hablan en lo que sea, y cuando les haces la parte de la sonrisa tipo yoquese te dicen lo mismo más lento y más fuerte. Que no tengo retraso señora, esque no hablo su idioma. Y la gente que a mi me gusta es la que me pilla el rollo y hace lo mismo que yo. Hay de los que murmuran cosas sin sentido mientras señalan y tal, que son muy divertidos, y mis preferidos son los que directamente hablan en silencio. Y a veces nos tiramos un buen rato, ¡se pueden llegar a saber más cosas de las que parecen con un buen rato y mucha paciencia! Debe ser un espectáculo verlo desde fuera.

Y la comida ¡esto si que lo hecho de menos! con lo bien que tenía yo mi flora comiendo de lo que me regalan las de Més fresques que un enciam. Como un poco lo que veo que come la gente cuando entro en algún sitio, básicamente porque no se como se llaman las cosas, y porque tampoco es que haya mucha variedad la verdad. Tienen alguna sopa con trocillos de patata y zanahoria y carne de cabra, borsch de carne de cabra, tortas fritas con carne de cabra y raviolis de carne de cabra. De los grandes y de los pequeños. El té lo hierven con leche de cabra. Básicamente todo el país huele a cabra. Yo huelo a cabra. Ah si, a veces si tienes suerte puedes pedir alguna ensalada, que suele ser pepino, manzana o ensaladilla rusa bañados en una salsa blanca indefinida con sabor a mayonesa con mostaza. Si tienes suerte igual te ponen algún trozo de tomate. Esta mañana me he hartado (más bien se ha hartado mi sistema digestivo) y me he comprado un pan y unos cuantos tomates y manzanas, a 4 euros el kg, que si en Barcelona es caro imaginaos aqui.

Tardé cuatro días en hacer 1600km, unas ocho horas al día. Y esta es la ruta principal del país, la fácil en teoría. De ida conducí por la ruta del sur, que bordea el desierto del Gobi. Carreteras de arena, piedras y graba. Y de vuelta voy por la del centro, que atraviesa mares de hierba y montes. Ahora ya estamos a 7 de agosto, y he plantado la tienda en la cima de un montecillo mongol. A veces tengo que parar porque un rebaño de cabras pasta moviéndose lentamente, y la carretera les queda justo enmedio. O un rebaño de caballos, o de vacas, o de camellos. O porque un camionero está cambiando una rueda. O porque estoy cansado y me quiero tumbar a la sombra de mi moto. Y así voy haciendo. Hoy me he parado porque estaban cayendo rayos a lo lejos, y por un momento me he visto como un kebab turco. Y yo pensando cómo iba esto, si los rayos buscan algo superconductor para estrellarse, y cosas de electrones y tal, de las que no tengo ni idea. Y he decidido seguir porque total, si la tengo que palmar la voy a palmar igual en marcha que parado. Las tormentas son preciosas aquí porque son eléctricas y se ve a lo lejos cómo se deshace la nube en lluvia y como los rayos lo iluminan todo, seguidos por unos truenos ensordecedores. Y si estas cerca de un pueblo puedes oír a los niños gritar y todo.

Mientras viajo pienso en muchas cosas, y en una de ellas es en cómo sería viajar en carro unos siglos atrás. Cuando tardaban semanas en ir de Barcelona a Hungría, o años en llegar a China. No creo que mucha gente viajara a menudo, igual una o dos veces en la vida. Y supongo que la gran mayoría de la gente que viajaba lo hacía como forma de vida junto con toda su familia, comprando cosas aquí y vendiéndolas allá, o transportando ganado. ¿Cómo sería echar de menos a alguien? O tener que viajar teniendo a tu madre enferma, o con un hijo pequeño que puede que no te reconozca cuando vuelvas. Cuando acampo al final del día y me pongo a tocar flamenco me imagino que soy un joven gitano, en alguna época imprecisa, y que tengo que acompañar a mi familia a Istambul a buscar seda y objetos antiguos para vendérselos a los caciques de los pueblos. Y que estoy enamorado de una gitana del pueblo de mi madre, y que no se cuándo la volveré a ver; y conservo la imagen de la última vez que la vi con su vestido rojo, cuando se acercó al camino para ver cómo se alejaba la carreta. Otras veces me imagino que soy un pastor viejo de algún pueblo de las Alpujarras, que he salido con mi guitarra a ver cómo se pone el sol mientras me fumo un cigarro, y le toco a la vida que he vivido.


Y así me la paso.

Sunday, July 23, 2017

Desde Росси́я con amor


 
Día 15 de julio. Llueve que te mueres. Mi anfitriona, la que lleva el hotel en el que estoy, dice que está encantada porque la lluvia es hermosa, así abriendo los brazos y mirando al cielo con una sonrisa. A mi no me lo parecía teniendo el ojete mojado, pero ahora que lo tengo seco ya estoy mejor.
Hoy he aprendido varias cosas de la lluvia. Uno, que no existe nada impermeable, el agua siempre encontrará una manera de mojarlo todo es lo que le da sentido a su existencia. Dos, que mis pantalones de plástico se pueden mojar (¿). Y tres, que cuando estoy muy cansado y quiero encontrar un hotel empiezo a decir chorradas en voz alta y a cantar canciones como la Macarena.

La idea, esta vez, es intentar, otra vez, llegar a Mongolia en moto. Este año la ruta es un poco diferente porque voy a evitar pasar por Irán por razones que se pueden deducir al leer el intento de hace dos años. Y como la idea de ir a Mongolia me parecía poca cosa (...), pues voy a hacer la ida y la vuelta. La ida la hago a través de Rusia; y la vuelta, ya si, por Mongolia, Kazakstán y Turquía. Así en orden paso por Francia, Alemania, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Rusia, Mongolia, Rusia, Kazakstán, ferry por el mar Caspio hasta Azerbaiján, Georgia, Armenia, Turquía, balcanes (que aún no se por dónde), ferry hasta Italia, y ferry hasta Barcelona (uépa!). Con un mapa delante se entiende mejor.
Estoy en un hotel de estos kitch color salmón, en un pueblo llamado Valdái, de camino a Moscú, de camino a Mongolia. No entiendo como los humanos siempre nos las apañamos para hacer hoteles que se parecen tanto entre si; aunque cada uno tiene alguna cosilla que lo hace especial. Este se llama Sport, porque hay una especie de campo de fútbol con una pequeña pista de atletismo de los años setenta detrás. Tiene parquet de plástico (el hotel, no el campo de atletismo), cuadros de cascadas tipo fondo de pantalla de Windows 95 en 3D y fotos enmarcadas de animales de la zona como ranas, setas y cosas así. En la sala de estar hay una tele, un microondas, alguna planta, sofás de sky negro y paredes con gotelé.
Salí de Barcelona el día uno, para ser ordenado, e hice unos cuantos kilómetros hasta un pueblito del sur de Francia, donde pasé la primera noche en casa de una amiga, Coralie, que conocí en un concierto de Ojalá estë mi bisicleta. Que por cierto si no habéis venido nunca a ningún concierto ya va siendo hora de que os paséis por allí. A medio camino paré a comer por Olot, y Pau me regaló una biblia de bolsillo para que pueda pegarle a la gente en la frente con ella en caso de necesidad, a la voz de Jesucristo redentor. Y además me la estoy leyendo.

Los primeros días fueron bastante extraños, por aquello de que me voy a Mongolia en moto y esas cosas, así que me dediqué a hacer kilómetros en dirección a Berlín. Tardé unos días en entrar en la sensación de viaje de carretera. Quería pasar por los Alpes y saludar a Carmen pero no me dió tiempo porque había quedado con María en Berlín el día 5, ya que se añadía de copilota hasta Riga, la capital de Letonia.
Llegué a la capital alemana justo a tiempo para acompañarla a entregar unos papeles en el Bundestag, y salimos hacia el norte. La verdad es que lo hemos hecho bastante bien porque cada día recorrimos menos kilómetros de los que nos habíamos propuesto ya que nos íbamos parando a comer pato asado, a bañarnos en el báltico o a mirar la lluvia debajo de un porche mientras filosofábamos sobre de todo.
El paseo por Polonia con Maria ha sido über agradable. Entre un café y otro deslizándonos por carreteras secundaria, que pasan por cuevas de árboles frondosos y muy verdes, como si siempre acabara de llover. Los pueblos están llenos de flores, y de una mezcla entre casas de frío y de madera, y pequeños edificios de pisos de herencia soviética con grietas largas y pintados de color pastel. Hay muchos lagos, y muchos mosquitos. De esos gordos y estúpidos, de los que los aplastas casi sin querer. Intenté probar mi hipótesis (y se ve que la de María también, ¿cuanta gente lo habrá pensado?) de que si te sientas en un sitio en medio del bosque y durante un rato te dedicas a aplastarlos, se tienen que acabar en algún momento, ¿no? ¡No son infinitos! Pues no serán infinitos, pero casi.
También visitamos, ya que nos lo encontramos por casualidad, el Wolfschanze en los bosques de Mazuria (la Guarida del Lobo); que fue el cuartel general del ejército del Tercer Reich en Polonia para dirigir la invasión de la antigua URSS durante la segunda guerra mundial. Y en el que se dio uno de los muchos intentos de asesinato fallidos de contra Hitler (por lo menos 42); y que sale en la película Valkyrie.
Después de Polonia entramos en Lituania, que es uno de estos tres países pequeños que están por ahí arriba, y que también fueron parte de la URSS. Yo me imaginaba que serían países pobres como el resto de los ex-soviéticos, pero no lo son. De hecho a medida que vas subiendo hacia el norte cada vez se nota más que son países pudientes. Y por ejemplo, una de las muchas cosas en las que se nota es en que los jóvenes de treinta años tienen caras de jóvenes de treinta años, y conservan todos los dientes. Y otra cosa en la que se nota es en que puedes encontrar tabaco de liar en los estancos.
Lituania, Letonia y Estonia en este orden, en dirección al norte; y esquivando Kaliningrado, que es un trozo de Rusia que da al mar báltico y que no está conectado con el resto de mother Rusia. Esto me recuerda que el otro día mientras buscaba un mapa de Rusia en una tienda de libros de San Petesburgo, tenían un atlas editado en el 2006 en el que incluía la península de Crimea como parte de Rusia. Os acordáis de la guerra entre Ucrania y Rusia no? Pues los niños de las escuelas de Rusia ya tenían claro que Crimea era parte de la madre patria en el 2006, y probablemente que nunca lo había dejado de ser. En la tienda también tenían imanes de Putin haciendo monerías con osos y aviones militares, en plan broma pero en serio, y camisetas con el mapa de Rusia con la palabra mother dentro. Cosas majas de Rusia.

Dejé a Maria en Riga después de seis días geniales, fantásticos, y espectabulosos. Nos lo hemos pasado muy bien, conduciendo cada día, con lluvia y sol, comiendo cosas ricas, acampando en el bosque, cantando música improvisada con mi pequeña guitarra envueltos en nubes de mosquitos sedientos de sangre joven, pensando que pedíamos raviolis de patata y queso y acabar comiendo crepes de nutella para cenar, bebiendo litros de café y hablando de la vida y de las cosas que pasan.               

Y después de Riga sigo subiendo, ya en solitario. Y vuelvo a adaptarme a mi mismo otra vez. Las caras de la gente son cada vez más teutonas y menos eslavas, las casas más coloridas, y cada vez me sonríen menos. Después de Estonia para conseguir una sonrisa casi tengo que pedirla por favor. Joder en la Rusia occidental son más secos que la mojama. Yo pensaba que eran sólo los de la embajada, pero no. He conocido a un boer Sudafricano de Capetown con el que estamos viajando juntos por unos días, y cada vez que nos sonríe alguien lo celebramos.

El plan va un poco así. Me levanto por la mañana, recojo las alforjas, la mochila y la guitarra y preparo la moto. Guardo el saco de dormir, pliego la tienda de campaña, mientras intento que no me chupen los mosquitos, siempre quieren metérmela los muy cerdos. La trompeta digo. Da igual. Y ya me empiezan a entrar las ganas de hacer kilómetros. De hecho tengo ganas de hacer kilómetros todo el rato, cuando llego a los sitios ya quiero seguir viajando. Después con gran gustirrinín conduzco un rato, hasta que encuentro algún bar abierto o una gasolinera donde me sirvan un café americano talla xl y algún lo que sea para comer.
Y entonces empiezo a conducir hacia el este. Paro más o menos cada hora, y voy bebiendo algún café o comiéndome alguna pelotilla rellena de algo o algún platillo de caldo o lo que me sirvan. Hay como unos pequeños puestos al lado de la carretera que se llaman “café”, así cutres y muy pequeños, en los que a veces sólo cabe una mesa; y en los que una señora con las tetas gordas y una permanente estilo años setenta te ofrece algún plato local por un par de euros, y que suele estar delicioso. A veces incluso me medio sonríen cuando les doy las gracias por séptima vez.
Las gasolineras son una parte muy importante del viaje, paso un montón de tiempo en ellas. Hasta les tengo cariño y todo.
Y hacia las seis o las siete empiezo a pensar ya en buscar un sitio dónde dormir; que suele ser algún trozo de campo medio escondido dónde poder pasearme en calzoncillos o un hostel barato de vez en cuando para poder ducharme y lavar la ropa y conectarme a internec tranquilamente. De lo de conocer a backpackers que hablen inglés ya he desistido, por lo menos mientras esté en Rusia porque los pocos que encuentro prácticamente no hablan inglés.

Entonces. Ya 19 de julio, que escribo cuando tengo tiempo y ganas. El primer día en Rusia pasé por San Petesburgo. Llovía, como cada día, así que busqué un hostel por internet. El chaval que lo llevaba me miró solo para cobrarme, y después siguió jugando al World Of Warcraft como si nada. Cuando le enseñé un chinche que acababa de aplastar se limitó a mirarme con cara de asco y a escribir en el Google translator “I'll do something about it”. Me sentí como si hubiera aterrizado en una especie de hostel versión el señor de las moscas.
El día siguiente paré en el hotel de pueblo llamado Sport,ya intuyendo que la media de kilómetros que podría hacer por hora en este país son unos 50, y al tercer día estaba en Moscú.
Dormí en una especie de hotel para currantes, y me tocó una habitación para mi solo porque todos los que “vivían” en la 212 eran vigilantes nocturnos; así que hacia las 9 de la noche, y después de comerse una sandía entre unos cuantos mirando el fútbol en el móvil de uno de ellos, se vistieron y se fueron a trabajar. Volvieron al día siguiente a las 8 de la mañana, justo cuando yo salía por la puerta con las alforjas. Aparte de esto se ve que Mario Casas tiene muchos fans entre los jovenzuelos de por aquí.

Y 21 de julio. Justo al salir de Moscú el 16 por la mañana, hace tres días, estaba parado en un McDonalds de autopista y un tipo con una BMW de estas que parecen un tanque se para a mi lado. Con neumáticos de repuesto atados a los lados, tres maletas originales de aluminio, y una bolsa de 60 litros impermeable Touratech. Con todos los extras claro, y el casco y el traje originales también. Sólo con lo que lleva de efectivo es lo que cuestan mi moto y todo lo que llevo encima (unos 3000 euros, que me lo dijo después). Un clásico jeje. Y esque hay muchos tipos de moteros, como los que salen con sus motos de carreras el domingo por la mañana para zumbar como locos con el mono a juego con los colores de la moto. O los de las custom, que llevan alforjas de cuero con flecos, y el logo de su club de moteros cosido en el chaleco negro estilo ángeles del infierno, y los guantes con los dedos al aire. O los de las Goldwings, que suelen ser parejas de 60 años y llevan intercomunicadores para ir diciéndose cositas, aunque solo vayan de Barcelona a Lloret de mar
Y después estamos los de las trails, generalmente bastante sucios, y tenemos que subir a la moto haciendo saltitos con un pie por delante. Pero incluso dentro de los de las trails, los overlanders, hay de distintas tribus. Los hay que van con las naked a dar alguna vuelta por Europa, en hoteles y así, y suelen ir en grupillo; otros que se compran BMW nuevecitas y las llenan de maletas y extras, acampan por ahí de vez en cuando, sólo paran para llenar el tanque cada tres horas, y llevan de todo (desde ropa de abrigo, de arreglar y pijama, jabones diferentes para cada cosa, un grill para hacer barbacoas, a un despertador de los de pila); y después estamos los cutres, que llevamos motos viejas, maletas atadas con cuerdas, lavamos la ropa en los baños de las gasolineras y dormimos en hostels de adolescentes. La creme de la creme vamos.
Bueno pues con este que me encontré estuvimos haciendo un café, y como llevábamos la misma ruta decidimos ir juntos unos días. Acampando bastante, en algún motel de estos que no sabes si es un puti o que, comiendo borsch y gulasch, y esquivando camiones. Los camiones me recuerdan a los ballenatos por el océano, avanzando lentamente y dando tumbos con sus grandes barrigas llenas de cosas. Y no sólo esquivamos los que nos encontramos delante, sino también los que nos adelantan a nosotros; nos adelantan trailers de 10 toneladas a 100 por hora por una carretera comarcal. En realidad tampoco conducen tan mal, pero cómo Rusia está boyante la mayoría de carreteras están en obras y hay un montón de camiones yendo de aquí para allá, y siempre te encuentras algún loco. O unos cuantos.

Gert, el de la BMW, es de Capetown, un exmarine destinado en submarinos durante sus años de servicio, que ahora trabaja de ingeniero eléctrico en plataformas petrolíferas en alta mar, y toda la colección de valores morales que os podáis imaginar de una persona así. Y con sus historietas de película de serie b, en putis de Malasia o de cazería por el desierto. De esa clase de hombres que ni siquiera sabe dar un abrazo como es debido. Hoy día 21 es la última noche que pasamos juntos, con ganas ya de estar solo, aunque ha sido divertido. Ahora continúo hacia la frontera de Mongolia, que está a unos 2500km al este de dónde estoy, Cheliábinsk.



Ya un poco más en el sur es todo más barato y más liso, campos de trigo y pantanos y olor a vaca, y pozos de petróleo. Las caras van dejando de ser eslavas, y son cada vez mas mongolas (esque suena fatal la verdad) y turkomanas. Estas caras las llevan gente cada vez más maja, que me paran por la calle, me pitan, me preguntan adcuda (que es algo así como “de dónde eres”) y me piden selfies. Incluso un tio al que he conocido al lado del hotel, al que le he preguntado si se podía comprar papel de fumar en algún sitio, me ha aparecido al cabo de una hora con tres librillos y una sonrisa. Así si que se me llena el corazón.
(hay una cabeza de Lenin en el camión)


Mucha gente me ha preguntado que porque lo hago. Y yo también me lo pregunto. Me han llegado a decir de todo, incluso que vaya mierda de viaje, la gente que no lo entiende claro. Supongo que hay muchas razones. Una de ellas es porque se metió en la cabeza hace años. ¿Y que porqué Mongolia? Pues porque está lejos, y porque me lo imagino como el mar. Un lugar vacío que llenas con lo que llevas dentro. Se que no es para huir, tus cosas te las llevas siempre contigo, y aquí afuera aún más. Es otra cosa. Será en parte la sensación de libertad que me da conducir por carreteras que no tienen fin. O esos momentos en los que hablamos con un pastor de un pueblo pequeño sobre nuestras cosas sin decir ni una sola palabra; que cómo estás, que hacia dónde vas, que hace un poco de frío con la lluvia, o que su nieta está estudiando en Moscú. O esa tranquilidad melancólica al disfrutar de las canciones que me canto en un trozo de bosque al lado de la carretera. O los malabarismos que hacen falta para cagar en una letrina y salir impoluto. Son muchas cosas.