El viaje ha ido pasando poco a poco.
Al principio desde la Barceloneta veía el viaje a Mongolia como una
sola cosa abstracta y monstruosa, tres meses de golpe, sin pausas y
sin detalles. Me sentía muy motivado, emocionado, y también me daba
miedo. Y es que claro, uno no puede ir a Mongolia de golpe, hay que
hacerlo poco a poco, kilómetro a kilómetro. Yo no me puedo levantar
un día e ir a Ulán Batór, pero si que me puedo levantar un día e
ir a Montpelier. Y también puedo buscar un restaurante para comer, o
saludar a alguien en una gasolinera. A veces la vida se hace al
ritmo que te lo pide, y no al revés.
Me quedé en el ferry, de Kazakhstán
a Azerbaiján. Kazakhstán me rebentó. Llevaba bastante cansancio
acumulado de Mongolia sin darme cuenta, y no me esperaba encontrarme
las carreteras más duras del viaje. Y aún sigo cansado, aunque
estos últimos días me han servido para recuperarme un poco. Me
habría gustado pasarme más tiempo deambulando por muchos sitios,
igual la próxima vez. Siempre queda algo por ver o por visitar,
algún paisaje precioso, una montaña rocosa que escalar, un desierto
que atravesar en moto, aquél sitio dónde Jesucristo perdió la
sandalia, una playa, algo muy divertido, o bonito, o muy tranquilo, o
muy duro. Bueno, no hay nada más duro que el corazón de mi ex, pero
aparte de eso...
El ferry llegó a Baku sobre las siete
de la tarde, la ciudad más caótica de las que he conducido hasta
ahora. Me iba parando de vez en cuando para respirar. Eso que dice la
gente a veces de que “bueno, en tal o cuál país no usan el
intermitente (o los semáforos, o cambian de carril a lo bestia, o te
adelantan a 150 etc) y yo no veo que tengan ningún problema”. Es
mentira básicamente. He visto muchas cosas viajando en moto, y una
de ellas son accidentes de tráfico. Coches aplastados en la cuneta,
gente parada, atascos por choques, e incluso camiones quemando.
Varios. En general la gente conduce mal, no siguen las normas, y
tienen accidentes. Muchos. El más bestia que vi fue en una autopista
de Turquía, sobre las nueve de la mañana. Debió pasar unos
segundos antes de que yo llegara porque un tipo estaba parando a los
coches moviendo los brazos, y y fui el tercero o el cuarto en parar.
Había una furgoneta volcada y cruzada en medio de los dos carriles,
y un niño y una mujer mayor en el suelo en estado de shock con las
caras ensangrentadas. Por la postura supongo que debían haber salido
disparados en el choque. Dentro de la furgoneta quedaban una mujer
que sería la madre del niño, y el conductor; los dos inconscientes.
Yo me aseguré de que todos estaban respirando, y como el conductor
tenía el brazo debajo del chasis, enderezamos la furgoneta junto a
unos cuantos más que íbamos llegando. Los dos recobraron el
conocimiento y se estiraron en el suelo hasta que llegó la
ambulancia, igual unos cinco minutos después de mi. Y este es sólo
uno; de coches, camiones y autobuses estrellados vi centenares.
Bueno vuelvo a la ruta. En Azerbaiján,
entre el cansancio y lo brutos que eran, me quedé dos días. Vi un
volcán de barro y un castillo de nosequé. La verdad es que visitar
cosas me da bastante igual. En una calle que bajaba del castillo vi
una tiendecilla que ponía “guitarra”, así que me paré. Dentro
estaban dos jovenzuelos muy majos, un profesor de guitarra y un
bailarín de música azerbaijana. Les dije que tenía una guitarra, y
justo al sacarla de la funda se petó una cuerda. ¡En una escuela de
guitarra! Y claro, tenían cuerdas de guitarra española. Estuvimos
tocando un rato, me enseñaron música local, yo les toqué lo que se
de flamenco, tomamos té, y miramos cómo un pintor colega suyo
decoraba los cristales de la tienda con dibujos. Y seguí hacia
Georgia. Y por esto es por lo que no pierdo tiempo visitando, porque
porque así es como yo me lo paso bien.
Y la moto me da esto. Me gusta por
muchas razones, porque me expongo y soy vulnerable, y la gente lo
sabe y me ayuda. Porque no es fácil y me tengo que esforzar, y las
recompensas son muy grandes, la comida sabe mejor y el colchón
inflable me parece un sofá aunque esté lleno de parches y tenga
que inflarlo cada cuatro horas. Y porque cuando viajas en moto lo ves
todo, no te saltas nada. Atraviesas un país entero, de punta a
punta; los barrios ricos y los pobres, los pueblos, y las zonas
industriales; y la gente te ve y reacciona a ti de muchas maneras
diferentes. A veces eres un simple turista, a veces un viajero
cansado a quién ayudar, a veces un loco que acampa detrás de tu
jardín o que deambula por una mina de carbón en medio de la nada,;
y el turista queda ya muy lejos. Viajando en moto apareces de golpe
en un sitio dónde nadie te espera, y además eres raro de cojones.
Vas sucio, te sientas en el suelo y comes y cagas en los mismos
sitios que la gente local. Mola un huevo.
Y aparte, la verdad es que en el mundo
tampoco pasan tantas cosas, nos las tenemos que inventar un poco.
¿Alguien ha intentado quedarse en un sitio durante horas? Si tienes
suerte ves pasar una lagartija comiéndose una mosca.
Georgia lo pasé bastante rápido, en
total estuve tres días. Comí kachapuris, bebí vino y me paré un
día a descansar en un hostel muy acogedor en el que el dueño tocaba
música con el piano. Me sorprendió lo que se parecía el país con
los balcanes en casi todo; la comida, la bebida, la música, y la
hospitalidad de sus gentes.
En los hostels se conoce todo tipo de
gente, algunos muy interesantes (otros no tanto), gente viajera,
turistas, niñatos, vagabundos de mochila, y últimamente muchos
digital nomads, de los que en Georgia conocí unos cuantos. Para
quién no sepa lo que significa, es gente que tiene trabajos en los
que no necesita estar en un lugar fijo ya que trabajan por internet,
y se dedican a recorrer el mundo viviendo en hostels baratos. Gente
que hace programación sobretodo, páginas web, apps para móbiles,
juegos de ordenador y esas cosas. Guardo un recuerdo especial de
Korma, un filósofo periodista de Jordania especializado en oriente
medio, exiliado político, que se dedica a vivir de lo que saca de
escribir artículos, y vive desde hace un año viajando por la zona.
Hablamos de anarquismo, de feminismo y de política internacional en
oriente medio y cosas así. Que bien, lo necesitaba.
Y Armenia, que es del mismo estilo que
Georgia, pero más pobre. Siempre conozco a mucha gente, que me
ayuda, o me regala cosas, o me invitan a un té o un café; y la
mayoría no los cuento en el blog porque sería eterno (sisi, mucha
gente). Cuento algunos que me emocionaron especialmente. Y en Armenia
me pasó con esta pareja que me invitó a celebrar que su nieta había
acabado su tercer año de escuela primaria. Esque no se puede ser más
majo la verdad. Yo me paré a comprar un tomate y unos melocotones, y
ya me hicieron sentar y me dieron un café y un plato con fruta que
iban rellenando a medida que me la iba comiendo. Estuvimos un rato
con las preguntas clásicas, y empezaron a llegar sus hijas y sus
nietos. Prepararon una barbacoa en la parte trasera del tenderete, y
me pusieron un taburete en la mesa. Shashlik. Genial porque hacía un
rato que no comía, y el tomate y la fruta iban a ser mi cena! El
señor, que no me acuerdo de cómo se llamaba, sacó una botella de
vodka y dos vasos. Y no porque fuéramos a compartir los vasos entre
todos, sino porque nos la íbamos a beber entre los dos; aunque de
eso me fui enterando poco a poco. Nos reimos un montón esa noche.
Después de cenar nos quedamos los dos un par de horas más vendiendo
fruta hasta las doce de la noche, y dormimos en el suelo de la
camioneta. Y al día siguiente de vuelta a Georgia.
Y las preguntas típicas son:
-De dónde eres
-A donde vas
-km recorridos
-Duración del viaje
-Vas solo
-Estas casado
-Cosas varias de la moto (marca,
cilindrada, problemas de motor)
-Dificultad de visados
-De que trabajo
Y otras menos comunes como preguntas
sobre mis padres (si estan bien, sus trabajos), el clima y la comida
de España o si soy catalán o basco. ¿Y que cómo se qué me están
preguntando? Pues sobretodo con el lenguaje corporal, y porque me he
aprendido la cantinela de las preguntas sin saber el idioma. Me las
han preguntado tantas veces, y más o menos siempre en el mismo
orden, que ya las respondía sin pensar y acertaba bastante.
Después de Georgia y Armenia pasé
por Turquía, y decidí visitar a Ramazan en Osmancik, el chico que
me acogió en su casa cuando se me rompió la cadena hace dos años.
Ramazan y Ismael, el mecánico, no se lo esperaban, y fliparon
bastante. A todos nos hizo mucha ilusión. Dormí otra vez en casa de
Ramazán y cenamos en casa de sus padres, comida buenísima claro.
Acampé un par de noches en la costa
del norte, que está totalmente destruida por la construcción de una
autopista que la recorre de punta a punta, y recuperé mi amigo el
antimosquitos. Es tan tóxico que cuando te lo aplicas a veces
incluso se te borra algún recuerdo. En la costa, durante las noches
turcas; se oyen los grillos, las olas del mar, los pesqueros
arrastrando las redes, los camiones pasando a toda velocidad y los
rezos de los minaretes en las mezquitas. Me pareció una melodía
melancólica.
De Turquía a Grecia. Y me planté en
casa de la familia Kiormitiou, en dónde me acojieron hace dos años
cuando hacía mis primeros pinitos acampando solo por ahí. ¡Pero
cuánta gente maja que hay en el mundo! Justo ese día se casaba uno
de sus primos, así que me invitaron a la fiesta. Nos emborrachamos
bastante, y escuchamos música tradicional mientras la gente bailaba
en corro. El momento estelar fue cuando llegaron los novios en una
moto de carreras y el padre del novio sacó un gallo y bailaron a su
alrededor mientras lo hondeaba por encima de la cabeza. Fantástico.
Al día siguiente nos fuimos de resaca
con Giorgos a buscar su camión al mecánico, y paseamos por ahí, y
por la noche fuimos a las fiestas del pueblo a comer carne y pasear
escuchando las bandas de música griega. Definitivamente una de las
paradas más bonitas del viaje, y un reencuentro muy hermoso. Su
madre me llenó las alforjas de botes de conserva que prepara ella, y
que me voy a comer con mucho cariño, y me invitaron a venir a la
boda de Giorgos en septiembre del año que viene. Me guardo la fecha.
Y desde ahí a Igoumenitsa a coger el
ferry de 20 horas a Ancona, un día lluvioso y frío de carretera por
las montañas del centro de Italia hasta Civitaveccia (al norte de
Roma), y 24 horas más de ferry a Barcelona. A disfrutar de lo que
más me gusta de mi ciudad y de mi vida, el cariño de la gente que
tengo alrededor.